Último escrito, inconcluso, de Baruj Spinoza (1632-1677), el «Tratado político» es continuación de la «Ética» al aplicar a la política la ontología de esta obra mayor, radicalizando su inmanentismo para producir una teoría científica de la política. Siguiendo el impulso materialista de Nicolás Maquiavelo, Spinoza presenta una crítica del absolutismo monárquico y de la aristocracia. Al liberar lo político de la esfera religiosa, abre la posibilidad de pensar la identidad fundamental de política y democracia en un contexto secularizado.
Hijo de judíos portugueses, probablemente oriundos de España, Baruj Spinoza nació en Amsterdam (1632) y murió en La Haya (1677). Un hecho decidió su vida y su obra: su expulsión de la comunidad judía (1656). Su vida, porque le forzó a dejar el comercio familiar por el oficio de pulidor de lentes y el estudio. Su obra, porque su «Tratado teológico-político» (1670) es una valiente apología teórica de la libertad de expresión, tanto religiosa como política; y su «Ética» es uno de los esfuerzos más colosales por realizar una síntesis entre la filosofía clásica y la ciencia moderna. Esas dos obras han mantenido siempre viva su figura, aunque con matices muy diversos. Durante el siglo XVIII, Spinoza fue acusado de ateo por unos y leído con pasión no confesada por otros, como lo desvelaría, al fin, el célebre debate sobre el panteísmo (1785-1786). Fue en ese ambiente romántico donde, por influencia de Hegel -«o Spinoza o ninguna filosofía»-, el siglo XIX inició (1802-1803) la serie de ediciones y traducciones, estudios históricos y teóricos que aún hoy mantienen vigencia. Sobre la base de ese riquísimo material, el siglo XX analizó la obra y la doctrina spinozianas, en una labor incesante y de detalle que continúa hoy día.